Por años nos hemos acostumbrado a encuadrar a la enfermedad como aquel proceso que irrumpe en nuestro cuerpo físico y mediante el cual, perdemos la armonía y entonces algo externo tiene que venir a nuestro auxilio para recuperar el estado anterior.
Pues bien, ya es tiempo de culminar con esa visión errónea y pasiva, para comenzar a entender que la medicina está en nosotros y no la usamos y que la enfermedad viene de nosotros y no nos damos cuenta.
Hemos vivido en la ilusión de considerar como enfermedad, lo que en verdad es una intensa limpieza de la trinidad Espíritu- mente y cuerpo, que desde lo Alto se nos concede para poder eliminar las toxinas que pacientemente hemos acumulado, y de esa manera, despojarnos de la suciedad para poder volver a brillar, abriendo nuestro espíritu a lo positivo.
Todo lo que ingresa como toxina, será indefectiblemente eliminado. Es una ley del Universo. Hemos sido diseñados para funcionar de una manera inteligente.
El cuerpo es una máquina perfecta- con su sabiduría, pondrá en marcha mecanismos de defensa para limpiarse y recuperar su salud.
Solo que nosotros, con nuestra mentalidad materialista y profundamente ignorante de esos mecanismos, tendemos a impedir que ese orden perfecto se desarrolle.
Entonces qué hacemos? Cuando aparece un síntoma como la fiebre, eliminaciones a través de por ejemplo vómitos, diarrea, secreciones, erupciones etc., rápidamente nos apresuramos a tapar esas salidas, utilizando remedios, pomadas, vacunas. Resultado: lo que naturalmente pugna por salir porque ya no sirve, vuelve a meterse en el organismo y engrosa así el veneno que seguimos incorporando tan alegremente.
Las “enfermedades” no deberían curarse, porque son la propia cura.
Solo que actualmente tenemos tal nivel de toxicidad, que es prácticamente imposible respetar ese proceso natural, nuestras células están tan tapadas que muchas veces no pueden responder a su trabajo esencial.
Ya no podemos ni debemos callar, lo que es un secreto a voces.
SIGNIFICADO PROFUNDO DE LA ENFERMEDAD
Nadie se enferma sin motivos. Siempre hay una causa para un efecto.
Es imperativo que volvamos la mirada a la causa más profunda que radica en el Espíritu.
Los seres humanos somos capaces de transformar nuestra biología mediante lo que pensamos y sentimos. Nuestras células están constantemente procesando nuestros pensamientos y sentimientos y son modificadas por ellos.
Ahí comenzamos a entender porque somos responsables de este proceso. Dejamos de ser “víctimas”, porque en verdad somos activos co-creadores de lo que nos sucede.
Si quiero saber cómo está mi cuerpo hoy y entender ese estado, entonces debo remitirme a lo que pensé y sentí en el pasado. ¿Cómo estaré a futuro? Simple, dependiendo de cómo esté vibrando hoy.
Un ejemplo, si estoy deprimido, entonces seguramente estaré arrasando mi sistema inmunológico, abriendo las puertas a lo que quiera entrar.
Entonces, ¿cuándo me enfermo, que es lo que sucede?
En verdad hay un disturbio que proviene del aspecto superior, espiritual, una contaminación en ese nivel, una cierta perturbación espiritual, producto de esa “suciedad” que se traslada al siguiente nivel, el de la mente.
Resultado: la persona vibra mentalmente en un estado alterado, poco armónico, en un nivel de conflicto, confusión, pensamientos compulsivos, enajenado en su mente y con emociones desequilibradas, que le generan más conflicto consigo y con su entorno.
Este nivel de estrés y agotamiento, la llevará seguramente a transportar esta información (que será “leída” como desarmonía) hacia las células físicas, quienes captan y decodifican este lamentable estado, respondiendo con un proceso que concluye en el cuerpo físico.
Si busco entonces la causa en este último eslabón, me estaré equivocando de cabo a rabo, y especialmente estaré perdiendo tiempo y especialmente mi tan preciada salud.
Subo al siguiente peldaño, donde encuentro sentimientos y emociones contrariadas, producto del pensamiento que las genera. Según pienso, siento. Y según siento, actúo, cosechando los frutos correspondientes.
Por qué esa mente vibra bajo, tan negativamente? Tampoco la respuesta la encontraré en este nivel.
Es necesario que suba a la cima y comience a revisar que está pasando en mi espíritu, en que estado se encuentra, y desde allí entonces comenzar a investigar las causas profundas de lo que me está sucediendo.
La energía espiritual, comanda la energía psicológica. Así como la energía mental comanda nuestro cuerpo.
Por eso insistir en ubicar la causa en otros estratos es desconocer que el que dirige la vida de todo ser humano es su espíritu, que está ligado a un orden perfecto superior, que cual manantial invisible lo alimenta.
Cuando comienzo a abrir mi visión espiritual, a purificar mi espíritu y cambiando mi sentimiento más profundo, a elevar mi nivel espiritual, es cuando mi vida comienza a tornarse más liviana, más apacible, ya que de esta forma mi mente, mi cuerpo y mi vida material también se elevan.
Los seres humanos nos polucionamos, y por lógica consecuencia también hemos contaminado nuestro hogar, nuestra bella madre tierra.
ME HAGO RESPONSABLE
Si he comprendido lo anterior, naturalmente entendí que soy responsable de todo aquello que me sucede. Ya no puedo colocarme como víctima y pasivo receptor, sino más bien como actor, gestor y activo, co-creador de los resultados que obtengo.
Nadie es causante más que yo mismo. El estado en el que me encuentro es claramente el reflejo, la proyección de mi acción en todos los terrenos.
Cuando el mundo invisible (espiritual) se altera, proyecta ese disturbio en las células mentales y físicas.
La enfermedad es siempre la manifestación de un conflicto dentro de mí. Cuando mi cuerpo está enfermo, debo leer que es mi alma la que lo está.
Hay dos fuerzas en pugna: el alma que desea la seguridad del ser, y el cuerpo que quiere la seguridad del tener. Resultado: el conflicto, que tiene un costo muy alto.
Cuidarlos, pero hacerlo en sinfonía al orden correcto. Cuando doy prioridad a la mirada material, allí está el desorden. Todo debe estar integrado en un trabajo armónico.
La espiritualidad tiene que llevarnos a la máxima elevación de nuestra mente, pero sabiendo que somos mucho más que esa mente.
Somos mucho más que ese personaje que se manifiesta a través de nuestro ego, con la fachada de nuestra personalidad. El “personaje” que allí emerge, es solo la cáscara que enmascara a la esencia verdadera del hombre: el ser, su espíritu, donde se aloja la esencia Divina.
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