Desde el mismo momento en que nacemos, estamos sujetos a cambios constantes en nuestra vida. Unas veces son internos y otras veces son externos; a los que tenemos que irnos adaptando, y aprendiendo cómo afrontar los cambios.
Cambiar algunos hábitos que podamos tener; cambiar de estilo de vida o lugar; cambiar de trabajo, porque no estamos bien en el que tenemos o porque lo hemos perdido y habrá que buscar otro; romper con la pareja porque la situación ya no es sostenible, o por el abandono de la misma, cambiar de barrio, de ciudad o de país; son algunos ejemplos de cambios a los que nos hemos tenido que enfrentar alguna vez.
Éstos son cambios que debemos afrontar de golpe y de manera consciente. Hay otros que ocurren más lentamente y sin darnos cuenta: como el crecimiento de los niños, o el envejecimiento, por ejemplo. Podríamos decir entonces que lo natural es el cambio.
Sin embargo, cambiar, en lo que sea, es algo que a todos nos produce mucho miedo e inseguridad. Aun cuando el cambio sea para mejor es por esto que lo más frecuente es que tengamos una gran resistencia a cualquier cambio. Y nos resistimos; tanto si nos llega de manera repentina, como si es algo que decidimos nosotros de forma voluntaria.
Nos resistimos al cambio porque hacer aproximadamente las mismas cosas de siempre tenes una rutina obligatoria en nuestra vida, nos produce seguridad, sensación de control, y poco esfuerzo. Aunque esa rutina ya no nos vaya bien o no nos guste. Es lo que se ha dado en llamar la zona de confort.
Al contrario: tener un cambio importante en nuestra vida, nos lleva a hacer un esfuerzo mayor. Nos provoca miedo a equivocarnos, nos da miedo lo desconocido; nos crea la incertidumbre, que es algo muy difícil de gestionar. Y además, sabemos que cualquier cambio puede suponernos un riesgo.
Como podemos sobrellevar esos cambios:
Lo primero, y también lo mejor para enfrentarse a un cambio que se nos presente, es no resistirse a él. nos producirán mucho miedo pero, son inevitables. Si intentas retrasarlo o no llevarlo a cabo, sin duda te quedarás estancado; y finalmente, el cambio se tendrá que producir, porque es lo natural.
Además de inevitables, los cambios siempre son buenos y necesarios. Piensa que por muy buena que sea tu vida, si no cambiara nunca, en algún momento te aburrirías de ella tanto que sería insoportable. Necesitamos los cambios para mejorar, para progresar, para crecer. Es mejor ver el cambio como algo necesario para progresar; que verlo como una tragedia que no podrá superarse.
Ante una situación de cambio, hay algo que vamos a tener que asumir y aceptar: y es que, todo cambio, lleva consigo la pérdida de algo. Por supuesto, siempre, siempre que se produce un cambio, hay algo que vamos a perder y eso, nos duele. Es una de las razones por las que nos resistimos a cambiar algo; porque sabemos que habrá una pérdida. Perderemos algo que, aun cuando sabemos que ya no nos vale, lo hemos tenido durante un tiempo.
Pero habrá que valorar también la otra parte. La parte que ganamos, la parte que vamos a mejorar. Por tanto, tendremos que vivir el duelo que siempre va acompañado de una pérdida, mientras nos adaptamos a la nueva situación y valoramos sus ventajas.
Ten en cuenta que, como decía, todo cambio lleva una pérdida y, toda pérdida lleva su duelo. Así que, date tiempo para vivirlo y adaptarte a la nueva situación, y no creas que ese dolor que sientes por la pérdida, significa que has tomado una decisión equivocada.
Cuando tengas que tomar la decisión de hacer un cambio en tu vida, tendrás que aceptar un cierto nivel de riesgo. Esto va a ser inevitable. Si pudiéramos tener absolutamente todo bajo control, sería mucho más fácil. Pero, la realidad es que no podremos controlarlo todo, siempre habrá cosas que no dependan de nosotros. Por tanto, tendremos que arriesgar algo, siempre.
A la hora de hacer un cambio de manera consciente, porque veas que lo necesitas, analiza los pros y los contras de las opciones que tienes. Pero no te engañes, no habrá ninguna opción en la que todo sean ventajas. Cualquier cambio que hagas, va a tener sus cosas buenas y malas.
Así que, no esperes que el cambio que lleves a cabo, no suponga ninguna pérdida, no conlleve ningún riesgo y no tenga dificultades, porque eso, simplemente no es posible. Centra tu atención en los aspectos positivos que tendrá ese cambio; siempre los hay, y es mucho mejor centrarse en éstos que en los más negativos que también los habrá.
Si mantienes una actitud flexible y optimista, te será mucho más fácil afrontar cualquier cambio que se te presente; o bien, cualquiera que tú quieras realizar. La actitud flexible hace que no tengas un apego excesivo a la situación anterior: y que no tengas la necesidad de controlarlo todo. La actitud optimista te ayudará a superar las posibles dificultades que se presenten.
No tengas miedo a equivocarte, porque en realidad, los errores no existen para hacernos sufrir. Existen para que aprendamos de ellos.
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